lunes, 24 de junio de 2013
Murió Laura Bonaparte

Por Carmen DE CARLOS, para SudAmericaHoy (SAH)

Ha muerto Laura Bonaparte.  Tenía 88 años. Era madre de tres hijos desaparecidos y ex mujer de Santiago Bruschtein, un hombre al que el terrorismo de Estado arrastró a golpes a la tumba después de prenderle fuego.  Ambos, fueron los primeros argentinos en denunciar a las Fuerzas Armadas y a la ex presidenta, María Estela Martínez de Perón, bajo cuyo Gobierno (1974-76), su hija Aída Leonora, fue asesinada.

“Nos ofrecieron recuperar sus manos. Las conservaban en formol, en un frasco con el número 24 pero les dije: No, yo quiero a mi hija entera”, recordaba no hace mucho. Laura Bonaparte pertenecía a la Línea Fundadora de Madres de Plaza de Mayo, una escisión honesta, valiente y escasa de recursos, que supo ver a tiempo el verdadero rostro de Hebe Bonafini.  “Cambió la cerradura, se quedó con las cuentas corrientes de los bancos y con todo”, describía tiempo atrás.

La estampa de Laura, estilizada, femenina y de inmensa belleza, aunque fuera una anciana, jamás pasó desapercibida en la Plaza de Mayo y en ningún sitio.

El turismo de los desaparecidos, que se citaba los jueves en la pirámide, frente a la Casa Rosada, para ver hacer la ronda a las madres y abuelas que reclamaban conocer el paradero de los suyos, solía detener su mirada en ella. Sobre un cartón o en la solapa llevaba prendidas siete chapas con las fotografías de “Noni”, Irene, Victor –sus parejas- y Santiago Bruschtein. Era la familia que le habían robado entre el Gobierno de la viuda de Perón y la última dictadura militar (1976-83). La mujer los llevaba consigo, pegados al pecho. También los tenía en la cabeza. Por dentro y por fuera: Sus nombres estaban cosidos en el pañuelo que nació simulando ser un pañal.

Entrevistar a Laura Bonaparte era un experiencia que sacudía al periodista con el caparazón más duro que haya sobre la tierra. “Les miré a los ojos, escuché sus voces…Caminaban y hablaban como cualquiera. No parecían ni tenían cara de monstruos pero lo eran”. De este modo describía el golpe que sintió al tener cerca a los hombres que ordenaron asesinar a los suyos. También, aseguraba: “El deseo de matar lo tuve millones de veces pero una cosa es el deseo y otra llevarlo a cabo. Sería actuar como ellos, copiar lo que les hemos criticado. La venganza te hace peor. Lo que se necesita es justicia. Ni olvido ni perdón”.

Los hijos de Laura Bonaparte trabajaban en las villas y estaban en contacto o militaban en alguno de los movimientos guerrilleros de los años 70, como el Erp (Ejército Revolucionario del Pueblo). “La historia y la cultura del momento condujeron a una generación a seguir el camino de la violencia para resolver los problemas. Argentina venía de un golpe de Estado tras otro. La política no existía, ni la democracia”. La explicación sobre la militancia de sus hermanos la ofrecía Luis, el único superviviente de los hijos de Laura. En los años de plomo él le suplicó a su madre que se fueran de Argentina y ella le hizo caso. De aquel tiempo recordaba a Nacha Guevara y nunca se cansó de contar cómo, sin ella,  habría podido conservar sus ahorros para exiliarse en México, país al que madre e hijo llegaron, prácticamente, con lo puesto.

Laura Bonaparte era psicoanalista, escritora, bastante feminista y defensora a ultranza de las libertades y de los derechos de las personas. De todas. También tenía una mirada internacional, un pensamiento político revolucionario que podías compartir o no y una sensibilidad verdadera por los marginados. En aquella época, ser así, no era fácil. Los travestis tenían las puertas de su apartamento – modesto y de alquiler- abiertas de par en par.

Laura creía en la libertad de poder elegir y transformar la esencia del ser humano en algo propio. La vida le enseñó a vivir con sus errores y a sobrevivir con la tragedia. “No se vuelve loco quien quiere, sino quien puede”, respondía. Llegó a los 88. Estaba enferma. Era divertida. Cortázar escribió un cuento pensando en ella: Recortes de prensa. Le gustaba el chocolate, los hombres y David Copperfield. Lástima que el mago no la pueda traer de vuelta.